El nieto del cartero, que quiso ser bombero

De pequeño me gustaba cualquier profesión que estuviese cercana,
era el caso en primer lugar la de ser bombero, ¿el motivo? Mi madre tenía un primo en Madrid que ejercía de bombero, Luis, lo hacía en el parque de la plaza Mayor. Es más cada vez que me acercaba a Madrid no faltaba la visita al citado parque, para ver sus equipos, ambiente y sentir cerca la profesión, pero quedó en saco roto.
La segunda profesión y más arraigada ha sido la de cartero, influido por la profesión de mi abuelo materno, del que adopte el nombre, Florencio (aunque ahora lo he recortado a Floren), era el cartero de Llonín, pequeño pueblo en el concejo de Peñamellera Alta en Asturias. Veo la valija colgada en una percha de madera en la Casuca, que era la oficina de correos del pueblo, también el tampón, al que cada día le cambia la fecha y su base para coger la tinta, los golpes cuando se sellaba una carta, eran de lo más ruidosos. En la Casuca, mi abuelo se afeitaba, me mandaba a buscar agua a la fuente, al lado de la bolera, mientras él iba dando finura a la navaja, cuando volvía con el agua ya se había jabonado y seguido, ras, ras, se terminaba de afeitar con una destreza que nunca he sido capaz de imitar, cuando me salieron los primeros pelos en la barba, quise imitarlo, me compre una navaja en la cuchillería Gómez de Torrelavega y nunca he sido capaz de terminar un afeitado con la puñetera navaja, no os cuento donde terminó. El correo no llegaba al pueblo, tenía que bajar a buscarlo a la carretera general, de la que distaba una distancia de 1,6 kilómetros, el trayecto desde que yo lo conocí, lo hacía andando, anteriormente ese tramo lo hacía en caballo, un caballo blanco que murió despeñado en el Cuera. Estaba acostumbrado a realizar este trayecto, ya que era pescador de salmón y las riberas del Cares, eran su segundo lugar de reposo.
El lugar de recogida era La Candaliega, núcleo de casas donde está el cruce que sube hacía Llonín. La espera a la “línea” la hacía en Casa Chimenea, bar tienda regentado por Juan, ayudado por Adela, su esposa. El autobús que traía el correo era el que hacía el recorrido entre Llanes y Cabrales, cuando pasaba por delante del pozo El Seu, ya casi divisaba La Candaliega y el bar, que para avisar a los viajeros tenía colgado un cartel que rezaba “Alto aquí, Casa Chimenea”. Cuando paraba el autobús, del que alguna vez se apeaba algún viajero, “Carburín” el revisor del autobús, le daba la valija de correo y mi abuelo la pasaba a la suya. No solía haber demasiada correspondencia, el pueblo constaba de dos barrios y un caserío, aparte de dos núcleos fuera del pueblo, La Candaliega, que ya aprovechaba y les dejaba la correspondencia a los dos vecinos, Eulogio y Juan, el otro núcleo se llama La Molinuca, que aunque el autobús pasaba al lado, el correo lo llevaba el cartero. El recorrido de regreso al pueblo lo hacía andando, apoyado en su muleta y su picaya, ya que le faltaba una pierna que había perdido en un accidente, a veces este recorrido lo hacía acompañado de algún vecino que había llegado en el autobús. Desde que tengo recuerdos de todo lo que sucedía en Llonín, serían los años 60, la cartería o correos, estaba en la casuca, una pequeña construcción que le había regalado a mi madre y sus hermanas una vecina del pueblo, como cada rincón del pueblo, la casa tenía su nombre “La Casuca”, le llamaban, extendía el correo sobre la mesa y lo colocaba por barrios, que había dos, La Igareda, que era el barrio de allá y la Pumarada que era el barrio de acá, también había un caserío que se llama Santo Tomás, al cual las cartas se las llevaba al día siguiente.
El reparto era duro si la época era en invierno, lo hacíamos con mamá Tina, acompañados de un candil de vela, ya que las callejas carecían de luz pública, las callejas eran de piedra y en esa época, la luz llegaba de la central de Niserias, que la conectaban tarde y por la mañana la cortaban. Si el reparto era para algún familiar, el reparto a veces se lo hacíamos los nietos, aunque debido a la seriedad del asunto era raro que nos dejase. Si había correspondencia para La Molinuca (rara vez teníamos que bajar, aunque estábamos desecando que no diesen semejante tarea), el propietario Elias, que era el guarda ríos, solía subir a diario al pueblo y aprovechaba para llevar la correspondencia.
Al ser un pueblo pequeño, mi abuelo el cartero sabía quién iba a recibir correspondencia, los vecinos del subsidio y algunas cartas de familiares que estaban viviendo fuera, recudo con muchísima ilusión, las cartas que llegaban con sello inglés, me gustaba guardarlos, era de la madre de mi primo Angelín, que estaba trabajando en Inglaterra. Para echar las cartas había un buzón en la Casuca, posteriormente se pasó a colocar en el porche de La Pola, que era la casa donde vivía el cartero, allí permaneció durante décadas.
Aunque desde hace años no se reparte la correspondencia desde casa debido al reajuste de Correos. Como veis, he tenido motivos suficientes para querer ser cartero y para más señas tengo amigos cartero, como es el caso de Miguel Ángel Macho en Cabezón de la Sal.
Todo esto ha sucedido con la vista desde la pica de Peñamellera al sur y al norte el Cuera y más cercanos los cuetos Tresjual y Orbaso, en Llonín todos los lugares tienen nombre. Así que como no pude hacerme cartero, me queda la ficción y meterme en la piel de Jack Nicholson, en “El Cartero Siempre Llama dos Veces”, aunque no me imagino transformar la mesa de pase de mi cocina, por el escenario sexual que tanto ha dado que hablar en compañía de Jessica Lange. Interesante.
Floren Bueyes El nieto del carteru Publicado en Cantárida Abril 2014

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